El voto del conde de Montecristo (Gabriel Magalhães)

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(Escritor portugués)

Muchos europeos de a pie sienten que los han metido, quizá de por vida, en un calabozo. Se trata de una mazmorra al aire libre porque el paro y el dinero muy contado en los bolsillos son cosas que se pueden caminar por las calles de una ciudad. Pero esos pasos que los cautivos contemporáneos dan por las plazas se parecen a los que dibuja un presidiario en su celda intentando conservar la cordura. Hay europeos de a pie que se sienten, en suma, como el conde de Montecristo: injustamente encerrados en un cuchitril existencial, debido a una conspiración tramada por los poderosos de este mundo.

Y han decidido vengarse. Lo han hecho usando el tesoro de su voto, que no es, como sabemos, pequeña riqueza. Los resultados de las elecciones europeas han revelado un tortuoso sentido del desquite que sólo se explica por el largo sufrimiento que lo provoca. Un dolor amordazado con el trapo del déficit y ahora con el bozal de la recuperación económica, que es algo que está ocurriendo por arriba, pero no por abajo. En fin, algunos europeos han decidido adentrarse en el laberinto sinuoso de las venganzas rencorosas.

En el caso portugués, al líder del Partido Socialista, António José Seguro, el electorado le ha dado un triunfo que, en realidad, funciona como una derrota. Es como si lo hubieran transformado en un rey de carnaval. Fue doloroso verlo aparecer, en la noche electoral, proclamando victoria mientras lucía su corona de cartón dorado y su cetro de mentirijillas. Muchos de sus compañeros de partido le brindaban esos aplausos flojos, de cumplido, que en caso de necesidad se pueden volver del revés.

Por otra parte, al Gobierno, el ciudadano le ha votado sólo lo suficiente para que el Gabinete de Passos Coelho se mantenga, con la gota de agua de la crisis cayéndole en la frente, todos los días, cada segundo que pasa. Gente con trabajos de un año le ha firmado al primer ministro también un contrato anual, hasta las elecciones del 2015.

Ha habido comprensión, incluso simpatía, para los comunistas, un colectivo que nada tiene que ver con la mazmorra: una buena votación de más del 12%. Se trata de un partido que intenta pasarnos una lima: organizar quizá una evasión hacia la clandestinidad de la historia. Y, para desahogarse un poco, la ciudadanía ha elegido al polémico abogado Marinho e Pinto, uno de esos barítonos televisivos con muy buena voz para que se le escuche en la ópera de la sociedad visual, en los palcos de internet. No obstante, no se entiende bien si es un vencedor, o simplemente el bufón de la corte. En estas elecciones europeas, en todos los países, lo mejor es que nadie se convenza de nada.

Por fin, entre todos los vengadores del pasado día 25, quizás los que más disfrutaron fueron los que no se presentaron ante las urnas: dos tercios de los electores, en el caso portugués. Charlaron con el sol de un festivo amable, se fueron a la playa paladeando el nirvana del olvido. Esta abstención lusitana, la mayor de siempre, funciona como un bofetón a los políticos portugueses y, asimismo, como una bofetada a Europa.

En Francia y en el Reino Unido, el desquite ha resultado también impresionante. Por supuesto, todas las venganzas tienen un rostro feo: no son, sin duda, la mejor cara de nosotros mismos. En España, ha habido igualmente intención de fastidiar: los que han ganado, como en Portugal, han perdido. A los que han perdido los han hecho papilla. Y los que han ganado algo tampoco es que hayan ganado mucho. En Catalunya, se han recorrido algunos pasillos más de un laberinto difícil de entender.

Encerrados en el calabozo de sus actuales limitaciones, los cautivos de la presente vida europea han escrito, con esas uñas negras y tristes de los presidiarios, un mensaje en la pared del continente: “Si esto es lo que hay, si no nos dais otro futuro, nos volvemos al pasado”. Porque, sin un porvenir digno de ese nombre, Europa está regresando a sus castillos pretéritos. Hay un inquietante ambiente de dinosaurios históricos que reaparecen, como en una película de Spielberg.

Ya ha pasado en otras ocasiones: siempre que Europa se encuentra ante un grave reto de la deriva contemporánea, le entra la tentación de refugiarse en su pasado. Ocurrió en los inicios del siglo XIX, con el romanticismo, que se encandilaba con los antiguos baluartes del continente, para sortear los nuevos horizontes ilustrados. Fue algo que sucedió también a finales del siglo XIX, inicios del XX. La edad media es un gran sueño materno que todos, en Europa, cariñamos: el paraíso abandonado para construir nuestros imperios.

Pero, siempre que cedemos a ese hechizo, nos complicamos la vida, pensando que la hemos solucionado. Uno diría que la austeridad fue nuestra perestroika. Y ahora nos estamos deshaciendo, disgregando poco a poco, siendo que las caídas de las uniones nacionales, en la actualidad, son apenas perceptibles, como los hielos que se derrumban en los casquetes polares. En este marco alarmante, qué bendición sería un grupo de gente de bien, capaz de diseñar un nuevo horizonte, democrático y compartido, para el continente.

(La Vanguardia)

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