Lou Van Salomé fue una moda cultural de los setenta que incluso mereció un film de Liliana Cavani además de la medición de sus propios escritos, todo ello coincidiendo con el inicio del movimiento feminista, del cual se puede considerar arquetipo y precursora. Fue la primera mujer liberada de Europa o, por lo menos, la más célebre y fértil de todas ellas. No tuvo hijos pero su influencia energizante y vitalizadora pasó por Nietzsche, Rilke y Freud, entre otros de menor fuste. Por ser la musa inasible, libre y desinteresada de estos tres genios, Lou Van Salomé ha pasado a la historia, pero si se analiza su vida, se ve que, en realidad, merece estar en ella por mérito propio, no por la luz reflejada de esas tres luminarias.
Que la biografía de H.F. Peters, publicada en 1962 no se tradujera en España hasta 1995 resultaría inaudito si uno no tuviese calculado hace tiempo que nuestro atraso cultural –con respecto a Francia, por ejemplo– es de veinte años. En los años setenta en Francia estaba esta biografía y los propios libros de Lou Van Salomé; aquí aparecieron veinte años después que el personaje tuviera su revival. Más vale tarde que nunca. Anaïs Nin escribió el prefacio a este libro, lo cual resulta eminentemente adecuado por ser Nin una señera feminista en los años sesenta cuando impulsó decisivamente el movimiento de liberación femenina desde Los Ángeles.
Lou Van Salomé nació en San Petersburgo en 1861 hija de un general ruso descendiente de hugonotes de Aviñón emigrados al Báltico. Murió en Gotinga en 1937. Hay un detalle importante para comprender su vida y es que su familia le pasó siempre una pensión de 250 marcos mensuales que, en aquellos felices tiempos sin inflación, eran una cantidad suficiente para vivir con desahogo en cualquier ciudad de Europa. Y es lo que hizo, una vez que convenció a su madre viuda para que le dejara salir de Rusia a estudiar a Suiza. Ya no volvería a San Petersburgo, dedicándose a viajar por Europa y residir en sus capitales, Berlín, Roma, París, Viena, Ginebra, Munich, según las ideas e intereses que la atrajesen en cada momento: a veces iban ligadas a un hombre, otras veces este a ellas.
Lou Van Salomé –sabe mal llamarla Andreas, el apellido de su marido, con el que vivió poco, no convivió nada y usó de pantalla para no tener que casarse– simboliza la lucha por trascender las convenciones y tradiciones sobre la mujer decimonónica. ¿Cómo puede una mujer inteligente, creativa y original relacionarse con hombres de talento sin ser engullida por ellos? Lou era curiosamente atractiva porqué además de guapa era erótica; debía emanar feromonas, las moléculas mensajeras del sex-appeal, de otro modo, no se explica que atrajese a los hombres como moscas, que acudieran a ella en número considerable. Estos detalles eróticos de su personalidad, aunque le añaden sal y pimienta son, por lo demás, lo menos interesante. Lo mejor es oírla hablar a ella en sus cartas, escritos o conversaciones. ¡Qué claridad de juicio, que justeza de criterio! Esta mujer acertaba siempre. Por eso encandiló a tres genios.
Cuando se inventó el cine comentó que tenía un brillante futuro en un mundo en que la creciente monotonía del trabajo provocaba una tensión interna tan fuerte que las necesidades de la masa ya no se podían satisfacer por formas de arte más exigente. “Permitírselo todo, no necesitar nada” fue su lema y la fe que lo vivió. Tenía talento para la amistad y el amor pero no se consumía por las pasiones de los románticos, aunque inspiró pasiones románticas, tanto en Nietzsche como en Rilke. En actitud vital, pensamiento y obra Lou se anticipó a su época: fue la primera mujer moderna, la precursora de aquellas grandes rusas como Helena Blavatsky, Misia Sert o Gala. Logró mantener su identidad al lado de hombres poderosos e incluso arrolladores; aunque adoptó el modo de vida de los hombres, no era una mujer masculina.
Nietzsche se enamoró locamente de ella –como no podía ser de otro modo en él– y se llevó un disgusto de muerte cuando vio que prefería a su guapo amigo Paul Rée. De todos modos parece que los meses que pasó con ella fueron de lo mejor de su espasmódica vida. Un psicoanalista de Stanford escribió una bonita novela 'El día que Nietzsche lloró', sobre esa relación y la imaginaria de ella con Josef Breuer.
Con Rilke estuvo de musa de poeta que es algo así como las mujeres de pintor, pero sin hacerle de 'marchand' ni preocuparse de su dinero. Con Freud tuvo una fructífera relación, incluso para el maestro y para el desarrollo del psicoanálisis tal como reconoció el arisco y orgulloso Freud, que pocas veces agradeció a nadie su ayuda. Mujer liberada, pero con marido, ociosa pero con dinero de familia, conectada por su belleza tanto como por su inteligencia, no debe nada a nadie en el plano intelectual, porque ahí están sus libros. Ningún escritor es hundido por los críticos, sólo por sus propios escritos, y Lou Andreas Salomé se aguanta encima de sus libros como un pilar del psicoanálisis y de la liberación femenina.
(Luis Racionero, ES (Estilos de vida), La Vanguardia)
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